sábado, 7 de abril de 2012

condicional simple

Aquel día, no sé por qué, pero madrugué. Me desperté con los abrasadores rayos del sol que, sobre las nueve de la mañana,ya entraban por mi ventana. Desayuné solo un vaso de leche. Estaba tan nervioso que ni siquiera podía comer. Hoy era el gran día. Sí, tenía que hacerlo, no había elección. Mis amigos pensaban que estaba loco, y en el fondo tenían razón. Hoy me jugaría definitivamente mi relación con una verdadera amiga. Una amiga a la que había estado ocultando, en cierto modo, mis sentimientos. Lo cierto es que la quería, pero de una forma especial, algo más romántica y sentimental que ese cariño o amor que sientes por un amigo de verdad. Ella siempre había sido esa persona rara y distinta para mí, a la que siempre había considerado de alguna manera especial. Sin embargo, fue más o menos el verano anterior cuando empecé a descubrir que, verdaderamente, estaba enamorado. Cuando miraba alguna de sus fotos era inevitable pensar en un futuro a su lado, juntos, de la mano, sentados en un banco sin hacer nada, pero siendo realmente felices. Sin embargo, cuando hablaba con ella no me ponía apenas nervioso, ya eran muchos años a su lado, y su perfecta sonrisa era capaz de apagar cualquier rastro de timidez o nerviosismo que saliese de mí. Había estado aguantando todo el año sin decir nada, en parte porque segundo es un año especial, con mucha tensión, y sería arriesgado declararse a mitad de curso, y en parte por el miedo. Miedo porque, realmente, sabía que mis posibilidades con ella eran nulas. Porque ella jamás me vería más allá que un simple amigo. Además, ella no es una chica normal, y por supuesto no es una chica fácil, por lo que el riesgo aumentaba. Sin embargo, no podía soportar la situación, mi desesperación llegaba hasta límites insospechados, y no sabía cómo podía olvidar mis sentimientos por ella. Realmente era incapaz de dejar de sentir ese hormigueo interior cuando la veía por las mañanas, y estaba seguro de que no podría olvidar su peculiar nariz que cada día me gustaba más, o su alborotada forma de reír, que, de alguna forma, hacía que pudiese sentirme mejor. La única forma que encontraba de poder frenar esto era diciéndole todo, exponiéndome a una dura respuesta que sería la que posiblemente pudiese acabar con absolutamente todo, incluso nuestra relación. La única ventaja era que el verano acababa de comenzar, y ya no tendría la obligación de verla a diario, por lo que la tensión podría disminuir.
Hablé con ella a mediodía para confirmar nuestra cita. Al ser verano, ella prácticamente no se dejaba ver por el barrio, por lo que tenía suerte de haber podido quedar con ella, y debía aprovechar.
La tarde llegó, y mis nervios aumentaban por segundos. Hablé con una amiga que verdaderamente era importante, de las pocas que apoyaba mi decisión, con el fin de que me contagiase su optimismo natural, y pudiese así tranquilizarme. Rápido, me preparé y salí corriendo de casa, tarde, como siempre. Cuando llegué, ella estaba esperándome. Ese día estaba más guapa que nunca. Estaba realmente preciosa. La típica brisa de verano movía su pelo de una forma especial, como ella. El sol ya había hecho efecto en su piel, tiñéndola de un color más intenso que la hacía aún más perfecta. Su expresión amable, invadida por esa infinita sonrisa que tanto le caracterizaba, pudieron darme paso para saludarla. Tras una sarcástica queja por haber llegado cinco minutos tarde, comenzamos a caminar. Había llegado el momento, no podía esperar más. Los nervios y la tensión me invadieron completamente. Mi garganta parecía haberse cerrado, y mis manos comenzaron a temblar. No sabía cómo, pero tenía que sacar fuerzas para decírselo. Fue entonces cuando me paré en seco y la cogí de la mano. Ella no entendía nada, y, mirándome extrañada, me preguntó qué hacía. Justo en ese momento, no sé cómo pude hacerlo, pero respiré profundamente, cerré los ojos por un instante, y me atreví a decir "Estoy enamorado de ti"