miércoles, 7 de diciembre de 2011

:)

No sé por qué, estos días estoy especialmente sentimental, y añoro esos momentos de la infancia en los que todo era perfecto, cuando mi mayor preocupación era que los Reyes no me viesen portarme mal, y a ver si no me iban a traer la granja de Playmobil, o cuando mi abuela salía a la puerta de su casa y, mientras yo subía las escaleras, ella me decía con un tono cariñoso "¿¿¿¿Quién viene????" y yo corría a abrazarla. Son este tipo de recuerdos los que hacen que me entre esa sensación inexplicable, mezcla de relax y algo parecido a la pena y añoranza, porque sé que esos momentos nunca más los viviré.
Jo, y es que hay taaaaaaantas anécdotas por contar, pero son tan difíciles de recordar en frío, que todo puede llegar a ser incluso confuso. Pero yo creo que, en general, siempre se tiene un buen recuerdo de la infancia, de tu familia, de tu colegio, de simples momentos que no tenían por qué ser realmente importantes, etc. Y es que, ¿quién no se acuerda del típico día de Navidad? Yo recuerdo que esas fechas eran siempre especiales, con un ambiente y un olor especial. Mi familia, que no es precisamente pequeña, y yo nos reuníamos siempre en casa de mi abuela o en mi casa, y se nos ocurría todo tipo de actividades para, no solo pasar el tiempo, sino que ese tiempo fuese especial. Fondues, amigos invisibles, obras de teatro con mis primos, o incluso el simple hecho de retirar las sillas del salón, y que unas cuarenta personas comenzásemos a bailar el No rompas más. Son experiencias realmente sencillas y puede que no muy relevantes, pero no sé por qué, son muy especiales.
Sin embargo, no siempre es necesario recordar momentos completos con sentido y coherencia, sino que, en ocasiones, basta con recordar simples secuencias o detalles, como la funda de flores que solía poner mi abuela en su sofá, mis botines marrones con hebilla, el olor a colegio, o cuando mi madre me llevaba a la guardería en su Ford Mondeo granate, para llegar a notar ese sentimiento único y especial que, de alguna manera, es capaz de transportarte en el tiempo.
Y es que, cómo olvidar los horriperfectos días de colegio, que en su día pudimos llegar a odiar, pero que ahora añoramos más que nunca. Esos días en los que nuestra profe Ana nos hacía un dictado y nuestra letra era realmente enorme. Cuando lo de María come bizcocho nos ocupaba casi dos renglones, o cuando sabernos la temida tabla del nueve nos parecía un auténtico triunfo. Además, junto a esto, seré incapaz de olvidar las pequeñas amistades que se iban construyendo poco a poco en esa inocente infancia. Amistades que creíamos que eran fuertes, y se han debilitado bastante con el tiempo. O amistades que realmente he podido comprobar que han sido, y tengo la certeza de que serán verdaderas, como pasa con mi alocada hierbas, esa persona que siempre recordaré como una niña diminuta con un babi de rayas verdes y blancas y de la cual solo se podían ver los rizos. Alba es alguien que sé que siempre ha estado y estará ahí, a mi lado. No sé por qué estoy tan seguro de ello, quizá sea cosa de los años de experiencia, pero estoy firmemente seguro de nuestra amistad. Y es que, me encanta que seamos amigos, y me encanta tener esa seguridad de que siempre va a estar disponible para todo. Sé que queda mal decirlo, pero es que, realmente, sé que es la verdad. Me encanta que, aunque lleguemos a estar meses sin vernos, todo sea siempre como si la última vez hubiese sido ayer. Como ella dijo una vez, me encanta que nos quedemos callados y no sentirme incómodo por ello, porque sé que es un silencio natural, y no porque no tengamos de qué hablar. También me encanta saber que me sorprenderé con sus ideas de niña rara que todavía hacen que sea más especial, y que refutan las características de su propia personalidad. En definitiva, me encanta tener su amistad, y esa confianza y naturalidad especial que hace que lo nuestro sea todavía más distinto, pero a la vez, más perfecto.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Kate

Hacía ya varios minutos que había sonado el despertador, pero aún seguía envuelta entre las suaves mantas que hacían que el deber de madrugar fuese todavía más costoso. Pero, de repente, sin pensarlo dos veces, salté de la cama y, decidida, agarré la chaqueta de lana que siempre utilizaba en casa. Mi gatita Pearly vino a saludarme, como de costumbre, a la puerta de mi habitación. Tenía que arreglarme deprisa, ya que en menos de dos horas tendría que estar en la universidad.
Mi humilde apartamento de soltera estaba aún contagiado de ese frío que todavía inundaba las solitarias calles londinenses. Era pequeño, pero sin duda, muy acogedor, con fotografías enmarcadas que recordaban mi vida en Leeds, esa vida que tuve que dejar a un lado para centrarme en mis estudios de literatura. Un sofá de cuero antiguo, una colección de Cosmopolitan sobre la mesa de té y una antigua cadena de discos componían el resto de la decoración.
Tenía bastante prisa, por lo que un moño un tanto improvisado y un jersey ancho con botas y medias me salvaron de llegar tarde a mi cita. Una cita especial, en un lugar especial, con olor a Latte macchiato y una suave música envolvente que convertía la sala en un lugar de ambiente apacible. Era una cita diferente, en la que no había hecho falta comunicación verbal. Se llamaba Andrew, y era simplemente perfecto. Su aspecto elegante y serio se fundía con la infinita dulzura de sus ojos melados, pero, sin embargo, todavía no había podido escuchar su voz. ¿Por qué no me hablaba? Sabía perfectamente que se fijaba en mí, siempre me miraba mientras yo, supuestamente, leía algún clásico literario. Sabía que era una persona inteligente, de las más brillantes de su clase. De mi misma edad, estudiante de derecho internacional y apasionado de las artes y el cine en blanco y negro, sería imposible dejarlo pasar. Mary, la dulce camarera de aquella mágica cafetería, había sido durante meses mi confidente. Ella y yo nos conocemos desde hace años, y siempre me contaba que aquel maravilloso chico preguntaba todas las semanas por mí cuando yo no estaba, pero yo nunca me he atrevido a mostrarle abiertamente mi interés por él. Andrew era perfecto, pero no entiendo cómo podía ser tan tímido. Definitivamente, tenía que hacer algo. De hoy no podía pasar.
Corrí hacia la parada cuando el autobús estaba a punto de pasar, y me faltó poco para no poder cogerlo. Me bajé en la parada más cercana a la cafetería, y con un paso rápido, me adentré entre los coches aparcados para llegar hasta la acera. Iba decidida, pero los nervios invadieron mi interior. Di un paso atrás, pero tenía que ir. Tenía que hablar con él. Pero...iba a parecer demasiado descarada. Necesitaba encontrar un modo más discreto. Miré a mi izquierda y Fred's Shop me dio la idea. Le escribiría en una nota algo sencillo, pero que diese a entender que sé lo que siente, y que yo siento lo mismo. Le daría mi dirección, o mejor, mi teléfono. Entré directamente en aquella maravillosa papelería y elegí un papel especial y decorado, la ocasión lo merecía. Rápido, me dirigí a la cafetería. Seguro que ya había llegado. Cuando entré, no estaba. Aquella cómoda de aires románticos roja, azul y blanca estaba vacía. A lo mejor se había marchado ya. Sin embargo, decidí esperar sentada desayunando mi café y muffins de todos los días. No llevaba ni diez minutos allí, cuando de repente lo vi a través del cristal. Llevaba ese perfecto abrigo gris que lo hacía aún más atractivo. Pero los nervios volvieron, no sabía cómo reaccionar. Tenía que irme de allí. Qué vergüenza, no podría darle el papel en mano. Cogí mi bolso y di el último mordisco a esa magnífica muffin. Tenía que salir de allí cuanto antes. Estaba muy nerviosa, más que nunca. Me dirigí rápidamente a la puerta. La abrí, y me dispuse a salir mientras lanzaba un enérgico "adiós" a Mary. Pero él ya estaba ahí, hombro con hombro, mano con mano. No sé cómo ni por qué, en un acto de locura metí aquel papel en su bolsillo. Qué vergüenza, ahora iba a parecer una descarada. ¿Por qué he hecho eso? Encima nos habíamos chocado, me sentía como una tonta. Intenté salvar la situación de algún modo, y solo pudieron salir de mi boca las palabras "Disculpe, iba pensando en mis cosas y no le he visto en la puerta". Un silencio que duraría menos de un segundo se hizo eterno en el espacio. Estaba realmente avergonzada, no entiendía cómo podía haber dicho y hecho esas tonterías. Salí de allí, a paso rápido. No podía girar la cabeza, ¿y si me miraba? Me siento idiota, seguro que piensa que soy infantil y nunca más lo veré por aquí. Por fin pude doblar la esquina, ya no me veía. Ahora no me quedaría más remedio que esperar al sabio destino, que diría lo que podría o no pasar.

(versión de Andrew: http://paseoenvespa.blogspot.com/)