sábado, 3 de diciembre de 2011

Kate

Hacía ya varios minutos que había sonado el despertador, pero aún seguía envuelta entre las suaves mantas que hacían que el deber de madrugar fuese todavía más costoso. Pero, de repente, sin pensarlo dos veces, salté de la cama y, decidida, agarré la chaqueta de lana que siempre utilizaba en casa. Mi gatita Pearly vino a saludarme, como de costumbre, a la puerta de mi habitación. Tenía que arreglarme deprisa, ya que en menos de dos horas tendría que estar en la universidad.
Mi humilde apartamento de soltera estaba aún contagiado de ese frío que todavía inundaba las solitarias calles londinenses. Era pequeño, pero sin duda, muy acogedor, con fotografías enmarcadas que recordaban mi vida en Leeds, esa vida que tuve que dejar a un lado para centrarme en mis estudios de literatura. Un sofá de cuero antiguo, una colección de Cosmopolitan sobre la mesa de té y una antigua cadena de discos componían el resto de la decoración.
Tenía bastante prisa, por lo que un moño un tanto improvisado y un jersey ancho con botas y medias me salvaron de llegar tarde a mi cita. Una cita especial, en un lugar especial, con olor a Latte macchiato y una suave música envolvente que convertía la sala en un lugar de ambiente apacible. Era una cita diferente, en la que no había hecho falta comunicación verbal. Se llamaba Andrew, y era simplemente perfecto. Su aspecto elegante y serio se fundía con la infinita dulzura de sus ojos melados, pero, sin embargo, todavía no había podido escuchar su voz. ¿Por qué no me hablaba? Sabía perfectamente que se fijaba en mí, siempre me miraba mientras yo, supuestamente, leía algún clásico literario. Sabía que era una persona inteligente, de las más brillantes de su clase. De mi misma edad, estudiante de derecho internacional y apasionado de las artes y el cine en blanco y negro, sería imposible dejarlo pasar. Mary, la dulce camarera de aquella mágica cafetería, había sido durante meses mi confidente. Ella y yo nos conocemos desde hace años, y siempre me contaba que aquel maravilloso chico preguntaba todas las semanas por mí cuando yo no estaba, pero yo nunca me he atrevido a mostrarle abiertamente mi interés por él. Andrew era perfecto, pero no entiendo cómo podía ser tan tímido. Definitivamente, tenía que hacer algo. De hoy no podía pasar.
Corrí hacia la parada cuando el autobús estaba a punto de pasar, y me faltó poco para no poder cogerlo. Me bajé en la parada más cercana a la cafetería, y con un paso rápido, me adentré entre los coches aparcados para llegar hasta la acera. Iba decidida, pero los nervios invadieron mi interior. Di un paso atrás, pero tenía que ir. Tenía que hablar con él. Pero...iba a parecer demasiado descarada. Necesitaba encontrar un modo más discreto. Miré a mi izquierda y Fred's Shop me dio la idea. Le escribiría en una nota algo sencillo, pero que diese a entender que sé lo que siente, y que yo siento lo mismo. Le daría mi dirección, o mejor, mi teléfono. Entré directamente en aquella maravillosa papelería y elegí un papel especial y decorado, la ocasión lo merecía. Rápido, me dirigí a la cafetería. Seguro que ya había llegado. Cuando entré, no estaba. Aquella cómoda de aires románticos roja, azul y blanca estaba vacía. A lo mejor se había marchado ya. Sin embargo, decidí esperar sentada desayunando mi café y muffins de todos los días. No llevaba ni diez minutos allí, cuando de repente lo vi a través del cristal. Llevaba ese perfecto abrigo gris que lo hacía aún más atractivo. Pero los nervios volvieron, no sabía cómo reaccionar. Tenía que irme de allí. Qué vergüenza, no podría darle el papel en mano. Cogí mi bolso y di el último mordisco a esa magnífica muffin. Tenía que salir de allí cuanto antes. Estaba muy nerviosa, más que nunca. Me dirigí rápidamente a la puerta. La abrí, y me dispuse a salir mientras lanzaba un enérgico "adiós" a Mary. Pero él ya estaba ahí, hombro con hombro, mano con mano. No sé cómo ni por qué, en un acto de locura metí aquel papel en su bolsillo. Qué vergüenza, ahora iba a parecer una descarada. ¿Por qué he hecho eso? Encima nos habíamos chocado, me sentía como una tonta. Intenté salvar la situación de algún modo, y solo pudieron salir de mi boca las palabras "Disculpe, iba pensando en mis cosas y no le he visto en la puerta". Un silencio que duraría menos de un segundo se hizo eterno en el espacio. Estaba realmente avergonzada, no entiendía cómo podía haber dicho y hecho esas tonterías. Salí de allí, a paso rápido. No podía girar la cabeza, ¿y si me miraba? Me siento idiota, seguro que piensa que soy infantil y nunca más lo veré por aquí. Por fin pude doblar la esquina, ya no me veía. Ahora no me quedaría más remedio que esperar al sabio destino, que diría lo que podría o no pasar.

(versión de Andrew: http://paseoenvespa.blogspot.com/)

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