miércoles, 21 de septiembre de 2011

Molly las tiene contadas...

Hoy ya no tenía fuerzas como para mantenerse en pie. Un cáncer en fase terminal está acabando con sus días de vida. Molly tiene las horas contadas...
Sin embargo, sus hijas no parecen preocuparse demasiado por ella. Bernice, la mayor, intenta hacer ver que vive agobiada por su trabajo y familia. En cambio, el resto de sus familiares sabemos que trabaja como una simple telefonista en una sencilla oficina, y que, aunque tiene a tres monstruos por hijos, también tiene un marido y una canguro dispuesta a cuidar de ellos siempre que quieran. La pequeña, Alice, aún vive con su madre y ha tenido que ser ingresada en centros psiquiátricos en varias ocasiones. Algunos creen que únicamente pretende llamar la atención, otros piensan que la falta de madurez y el exceso de caprichos han hecho que su cerebro se debilitase.
A pesar de todo esto, Molly no está sola. Su hermana y vecina Ginger siempre ha estado ahí, y junto a ella, sus hijos. Tanto es así, que desde que la pobre Molly cayó enferma, Ginger pasó a vivir a casa de su hermana, y sus sobrinos ayudan a cuidarla en lo que pueden. Sin embargo, el importante sacrificio que está haciendo Ginger por su hermana no está siendo reconocido. Hay algo en Molly que a nadie le cuadra, algo que intenta ocultarnos, pero nadie consigue saber cuál es ese gran secreto que esconde. Desde siempre ha protegido de manera sobrenatural a sus hijas. Intenta engañarse a sí misma pensando que si Bernice ni siquiera acude a visitarla o no llama preguntando por ella, es porque es una mujer muy ocupada, con un importante cargo y una familia a la que cuidar. Ginger no aguanta más la situación. Por suerte, puede apoyarse en cualquiera de sus siete hijos, los cuales están pendientes de ella las veinticuatro horas del día, yendo de paseo con ella y ofreciéndole su casa como medio de "desconexión" momentánea de esa situación de estrés que día y noche está viviendo y de la que no sabe cómo escapar. En cambio, el amor por su hermana puede superar cualquier barrera. Ginger, a sus ochenta y tres años, sigue todavía dispuesta a cuidar de Molly en todo momento. Lo más grave es que sus sobrinas Bernice y Alice no son conscientes (o aparentan no serlo) de que una anciana de casi un siglo de vida no puede cuidar de otra anciana que ni siquiera puede valerse por sí misma. Ellas permiten que esa situación se desarrolle y, lejos de ayudar, solo son un estorbo. Por otro lado, son los hijos de Ginger los que, como pueden, intentan solucionar todo este asunto y poner a cada persona donde le corresponde estar.
Quizá esta sea la última semana de Molly, o quizá todavía le queden algunos días más. Lo que sí creo firmemente (aunque quizás me equivoque) es que algo importante puede ser desvelado tras su muerte. Una simple carta, un simple objeto...Hasta entonces, ella seguirá ahí, tumbada en su cama, hinchada y pálida, esperando a que llegue ese momento que todos sabemos que llegará, pero que igualmente nos sorprenderá.

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